El lenguaje creador de sujetos históricos


En general, cuando se nos pregunta que es lo que distingue al ser humano de todos los otros seres vivos, plantas, animales, etc., tendemos a responder que es la capacidad de razonar. Sí, es cierto, es innegable que la habilidad de razonamiento nos hace diferir de cualquier otro animal. El ser humano posee, después de todo, las dos características que han permitido el avance de la civilización y nuestro proceso evolutivo: el pulgar oponible y el cerebro altamente desarrollado.

Mas otra de las cosas que nos distingue, pero que pocas personas pueden llegar a mencionar, o bien que es generalmente calificado como una consecuencia de nuestra habilidad de razonamiento, es el lenguaje. Desde ese punto de vista, el lenguaje es simplemente una “habilidad” que se nos ha otorgado, un artefacto. Es algo que está a nuestro alcance y el cuál podemos usar según nuestra decisión personal o colectiva sin que este, las lenguas o las palabras tengan ninguna clase de peso que vaya “más allá”.
La poetisa, ensayista y lingüista argentina, Ivonne Bordelois, se opone rotundamente a esta visión de las lenguas.

“La expresión ‘usar la lengua’ reduce la lengua a un instrumento, cuando en realidad la lengua es un proceso que vastamente nos trasciende”  (Bordelois, 2004)[1]

Ivonne nos plantea que las palabras son algo más que simples artefactos a nuestra usanza, si no que forman parte de nuestra identidad. Nosotros no elegimos al lenguaje, él nos eligió a nosotros, forma parte de nosotros, de nuestra persona, nuestra colectividad y nuestra historicidad. ¿Nosotros elegimos contar nuestra historia o la lengua vino a nosotros para que pudiéramos contarla? Y no hablamos solamente de historiadores recopilando datos y fechas específicas de acontecimientos relevantes, estamos hablando de la poesía, el canto, la literatura, todas palabras y verbos que contienen por si solas una historia (podemos hablar de la morfología de las palabras, la etimología, la semántica) y que además se agrupan para hablar y construir aún más, para construir todo un vasto universo de experiencia colectiva e historia de los pueblos. El hombre no habla al lenguaje, si no que el lenguaje habla al hombre.

¿Cómo vemos expresado esta forma, esta conexión con el lenguaje para contar nuestra crónica o que ella nos cuente a nosotros?

Una de las etapas más controversiales de la historia chilena es la denominada la Guerra de Arauco, un conflicto bélico de enorme duración que comprendió entre los años 1536 y 1818. En este conflicto se enfrentaron los hispano-criollos de la Capitanía General de Chile, perteneciente al Imperio español, contra el pueblo mapuche y algunos aliados tales como los huilliches, picunches y cuncos. La Guerra de Arauco tuvo diferentes niveles de intensidad, desde la denominada “guerra armada” o “guerra ofensiva”, pasando por la “guerra defensiva” e incluso experimentando pequeños periodos de paz gracias a los “parlamentos” entre españoles y mapuches por las últimas etapas de la guerra.

De esta etapa se ha escrito mucho, pero en esta ocasión existen dos textos en específico que vale analizar en el contexto del lenguaje como creador de las historias por sí solo.

“Las lenguas no solo se ‘emplean’, no son sólo valores de comunicación, expresión personal o uso colectivo: contienen la experiencia de los pueblos y nos la transmiten. (Bordelois, 2004)[2]

La Araucana es un poema épico que narra la primera fase de la Guerra de Arauco desde el punto de vista de su autor: Alonso de Ercilla y Zuñiga. A pesar de que la historicidad de muchos relatos es cuestionable, es considerada como uno de los mayores escritos testimoniales de la época de la conquista. Según Ercilla, el poema se escribe como una reivindicación de los héroes españoles olvidados de esta Guerra, enalteciendo a los héroes españoles y al Imperio. Pero, de alguna forma, Ercilla reivindicó también la imagen mapuche, resaltó su valentía, su astucia y su inteligencia, habló de sus héroes no con desprecio, si no con admiración y con el respeto que se tiene por el enemigo.

Deus Machi, por otro lado, es una novela escrita por Jorge Guzmán, que narra la historia del fray Lorenzo de Argomedo el cual vive en cautiverio con el pueblo mapuche y esta se transforma en una experiencia que cambiará su vida. De alguna forma esta novela hace referencia a la obra literaria escrita en 1673 por Francisco Nuñez de Pineda y Bascuñan, llamada Cautiverio Feliz, donde el autor cuenta su propia existencia viviendo en cautiverio luego de haber sido tomado prisionero al perder una batalla.

Ambos textos, uno desde la misma época en la cual se desarrollaron los hechos y la otra, una novela con un poco de imaginación del autor y otro poco de historia hecha literatura, nos adentran a una de las épocas más intensas de la historia de nuestro país y, además de eso nos dan un vistazo a como se construyeron las relaciones españolas-indígenas y al imponente choque cultura que afectó a ambos grupos.

La historia de los pueblos

Alonso de Ercilla llegó con un propósito a Chile y comenzó a escribir la Araucana también con uno, el cual aclaró y expresó por cuenta propia y es el mismo que hemos leído arriba. Pero a medida que fue conociendo y narrando, las palabras de él fluyeron para transformarse y presentar al enemigo de su Imperio desde una visión completamente diferente. Una visión que planteó al pueblo mapuche de tal manera, que incluso hasta el día de hoy, no nos hemos podido desquitar las descripciones de Alonso de Ercilla de nuestra cabeza.

Para dar hincapié e inicio al planteamiento: No fueron sólo las acciones de los mapuches las cuales nos crearon la imagen que actualmente tenemos de ellos, las cuales nos hicieron dar cuenta de su ferocidad, su valentía y su convicción. ¿Qué sabríamos de los mapuches si nunca se hubiera escrito de ellos? ¿O si todo lo que supiéramos de ellos hubieran sido descripciones bárbaras? ¿Qué sabríamos de su propio idioma, sus costumbres? Aquí entre él, porque fue él: fue el lenguaje el cuál construyó a los mapuches e hizo de ellos sujetos históricos.

Esta situación se da tanto para los mapuches en su identidad total, como pueblo y comunidad, así como también para sus héroes, y personajes individuales, como lo fueron Lautaro, Caupolicán, Galvarino, Colo-Colo y otros tantos toquis y caciques que forman parte de la identidad que tienen los mapuches como nación.

Esto confirma bien Caupolicano,
famoso capitán y gran guerrero,
que en el término américo-indiano
tuvo en las armas el lugar primero;
más cargóle Fortuna así la mano
(dilatándole el término postrero),
que fue mucho mayor que la subida
la miserable y súbita caída.
(De Ercilla y Zuñiga, 1569)[3]

La construcción de héroes o figuras son importantes para la generación de una identidad, y además el lenguaje construye identidad. Esta clase de situaciones se puede ver no sólo en poemas o literatos, sino también el uso de la palabra oral como lo son las leyendas o los mitos en un montón de otras civilizaciones o naciones. Los mapuches, por su estricta parte, ocupan la oralidad para traspasarse sus leyendas e identidades, debido a que el mapudungun nunca fue una lengua escrita. Pero además, y aunque quizás pueda ser rechazado por los mapuches debido su origen español y a la exaltación que hay en el poema sobre el “huinca” que les trató de robar su territorio, Ercilla si aportó a la construcción de una imagen o identidad sobre el pueblo mapuche, ya sea hacia el exterior o hacia el interior.

Haciendo de los toquis y caciques unos personajes y narrados a su visión, no sólo aportó a la construcción de ellos, si no también se le adjudica la interrogante de ciertos personajes de los cuales se duda, como es el caso de la mapuche Fresia, de la cual sólo se habla en el texto de Ercilla, o de ciertas situaciones de las cuales su historicidad es difícil de comprobar. El caso de Fresia es interesante, debido a que, a pesar de que incluso ahora se duda de su existencia, pasó a formar una parte importante de la identidad tanto mapuche como chilena, y sus acciones, narradas en el poema, van tan acompañadas de la personalidad y fuerza del pueblo mapuche y de la fiereza de sus mujeres, que es narrada como leyenda incluso en nuestros tiempos. Fresia aparece cuando es Caupolicán capturado por las tropas españolas. Ella, presa de ira porque su marido se haya dejado capturar vivo, le habría arañado el rostro a Caupolicán, dado alaridos, e incluso le habría arrojado a su hijo, diciendo las palabras:

Toma, toma a tu hijo, que era el nudo
con que el lícito amor me había ligado;
que el sensible dolor y golpe agudo,
estos fértiles pechos han secado:
críale tú, que ese cuerpo membrudo
en sexo de hembra se ha trocado;
que yo no quiero título de madre
del hijo infame del infame padre.
(De Ercilla y Zuñiga, 1569)[4]

Si no es esta la precisa creación de historia, identidad, personajes o figuras de la simple mano del lenguaje, que interpreta a través de nuestros ojos lo que vemos, a un pueblo. ¿Qué es lo que sería entonces? El poema de Ercilla está lleno de esta clase de detalles, está lleno de creaciones e interpretaciones de la mano de la lengua.

Por otro lado, Jorge Guzmán nos entrega una visión del pueblo mapuche basada en conocimientos históricos y, además, desde el punto de vista de un persona completamente opuesto a las costumbres de los mapuches No se trata de un guerrero, sino de un fraile que vive en cautiverio con los indígenas.

Esta vez la construcción de los personajes y de las costumbres del pueblo se hace desde una mirada más que nada curiosa y en ambiente de convivencia más que de guerra. Se observan no sólo las costumbres belicosas de los mapuches, si no su modo de vida, su economía y agricultura, el trato entre ellos, entre sus mujeres. Siempre se hace hincapié en como el fraile reacciona ante todo lo que ve, y como también muchas acciones que para los mapuches no son nada más que cotidianas, a él pueden incluso asustarles. Por ejemplo:

Al verlos juntos se acercó calmadamente y apartó al fraile tomándolo del brazo, ven conmigo a comer algo y tomar un sorbo de chicha. Antes de llegar al asador le dijo, ten cuidado, estás con un mapuche que te detesta; sabe que le gustas a Li uipán y que ella está tratando de que la manden aquí con otras dos mujeres a comerciar, por verte lo hace, y éste la quiere por mujer; los mapuche somos muy celosos; algunos hasta matamos por eso; el tridente ha ocasionado heridas muy feas en los trabajos ¿no quieres una de estas maravillosas longanizas, pátiro? Fray Lorenzo volvió saciado a su labor, pero perturbadísimo.
(Guzmán Chávez, 2010)[5]

El choque cultural es también una parte de la Historia importante, y que nos persigue hasta el día de hoy. ¿No es acaso curioso que en nuestro español mezclemos una enorme cantidad de palabras de origen aborigen, no sólo mapudungun si no también quechua y kunza? O que por ejemplo, según la religión católica las almas una vez muertas ascienden al cielo, más las animitas (generalmente construídas con imágenes católicas como vírgenes o cruces) se construyen porque cuando una persona muere en circunstancias trágicas, el alma queda vagando en el lugar y se debe construir un lugar donde sus deudos puedan dejarle velas. Las almas en otro plano era una creencia de tendencia politeísta que tenía los mapuches.

Deus Machi, no sólo expresa los inicios del sincretismo del que ahora formamos parte como chilenos, sino que también de forma bastante pintoresca, las consecuencias inmediatas o la enorme cantidad de situaciones que pueden dar cuando dos opuestos en su totalidad se encuentran. Y se construye. Tanto Ercilla como Guzmán construyen.

Todo el rato estamos hablando de construcción, construcción mutua, de costumbres, de historia de personajes. El lenguaje crea, construye y arma a su manera, con su propia esencia y nosotros no somos más que la consecuencia de dichas creaciones, con dicho lenguaje viviendo entre nosotros, no naciendo desde nosotros pero si actuando como sus portadores.

Cito, nuevamente, a Ivonne Boderlouis:

“El lenguaje está antes y después de nosotros, pero también está felizmente, entre nosotros. Es el tejido relacional del cual los otros dependen: un tejido fuerte y subsistente, y tan necesario a nuestra como la nutrición.
(Bordelois, 2004)[6]

¿Cómo, cómo nos nutrimos sin lenguaje? ¿Cómo creamos sin lenguaje? ¿Cómo construimos historia, costumbres, identidad, héroes, figuras, leyendas sin el lenguaje? El lenguaje no es un artefacto simplemente una herramienta de la que podamos prescindir, el lenguaje no necesita de nosotros, nosotros necesitamos de él. Necesitabamos y necesitaremos de él para poder seguir enterándonos de las historias, como pudimos enterarnos de la historia de Caupolicán y Fresia, o, aunque fuese inventada, porque siguió teniendo un pensó a nivel literario y social, historias como las de fray Lorenzo de Argomedo. Como los griegos se traspasaban sus leyendas, como ahora conoces la historia de Hitler, del Che Guevara o Ros Luxemburgo, como también conocemos la historia de pueblos enteros: como la Guerra de Arauco y la rebelión mapuche, como el holocausto Judío, como la revolución venezolana y nicaragüense.

“Poseedor del habla, poseído por ésta, cuando la palabra eligió la tosquedad y la flaqueza de la condición humana como morada de su propia vida imperiosa, la persona humana se liberó del gran silencio de la materia. O, para emplear la imagen de Ibsen, golpeado por el martillo, el mineral insensato se ha puesto a cantar.”
(Steiner, n.d.)[7]

Las palabras contienen historia por sí mismas, si destruimos el lenguaje nos destruimos a nosotros en consecuencia. El lenguaje es un ser, un ente, un proceso que nos acompaña a nosotros, que también somos seres, para crearnos y para hacernos formar parte de la historia.


[1] Bordelois, I. (2004). El verbo y las Tinieblas. In: I. Bordelois, ed., La palabra amenazada, 2nd ed. Buenos Aires: Del Zorzal, pp.23-29.
[2] Bordelois, I. (2004). El verbo y las Tinieblas. In: I. Bordelois, ed., La palabra amenazada, 2nd ed. Buenos Aires: Del Zorzal, pp.23-29.
[3] De Ercilla y Zuñiga, A. (1569). Canto XXXIV. In A. De Ercilla y Zuñiga, La Araucana (1st ed.). Madrid.
[4] De Ercilla y Zuñiga, A. (1569). Canto XXXIII. In A. De Ercilla y Zuñiga, La Araucana (1st ed.). Madrid.
[5] Guzmán Chávez, J. (2010). Deus Machi (1st ed., p. 306). Santiago de Chile: LOM.
[6] Bordelois, I. (2004). El verbo y las Tinieblas. In: I. Bordelois, ed., La palabra amenazada, 2nd ed. Buenos Aires: Del Zorzal, pp.23-29.
[7]  Steiner, G. Lenguaje y silencio (1st ed.). Gedisa.

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